En este artículo pretendemos acercarnos al primer Azaña político que se desarrolló en paralelo a su intensísima actividad intelectual, y que comienza a ser activo en el reformismo en la segunda década del siglo XX y culmina con su viaje hacia el republicanismo a mediados de los años veinte. Este compromiso se sustentaría solidamente en un conjunto de ideas que fue formulando y defendiendo desde comienzos del siglo XIX.
Las intensas preocupaciones intelectuales de Azaña le llevaron, sin lugar a dudas, hacia la política. En su tesis doctoral sobre la responsabilidad de las multitudes, presentada en 1900, realizó una defensa del derecho de las mismas a alzar la voz para reclamar, ya que, solía basarse en algo que en justicia se le debía, un aspecto harto interesante en el momento en el que las masas comenzaban a reclamar un lugar en el sistema político liberal, además de las crecientes reivindicaciones obreras.
Azaña pertenecía al Ateneo desde 1900. En la institución se destacó en varias ocasiones por enfrentarse a la Generación del 98 y al regeneracionismo, criticando la inoperancia de ambos al no comprometerse clara y firmemente con los cambios políticos que necesitaba España. Posteriormente, insistiría en esta crítica en unos artículos de “La Correspondencia de España”. Azaña estaba defendiendo que había que actuar, que no bastaba con el ejercicio intelectual.Dos años después disertó sobre la libertad de asociación en la Academia de Jurisprudencia, en la que ya planteó la necesidad de que el Estado regulase las órdenes y congregaciones religiosas, respetando siempre el derecho a la libertad de enseñanza. Pero, además, Azaña se destacó en esta institución por debatir sobre la legitimidad de los sistemas políticos, defendiendo que solamente lo eran si contaban con un alto grado aceptación.
Azaña defendió profundos principios democráticos como el sufragio universal, la soberanía nacional, algo que, en realidad no existía en su época, ya que la Constitución de 1876 consagraba la compartida entre la Corona y la Nación, las instituciones verdaderamente representativas, la libertad de mercado y el derecho de asociación de los obreros. Precisamente, esta idea entroncaría con la parte más social de su ya creciente compromiso político. Nos referimos a sus relaciones con los socialistas de Alcalá de Henares en aquella época y luego en 1911 cuando dio una conferencia titulada El problema español en la Casa del Pueblo, y donde intentaba vincular o articular la cultura con la política. Sin negar que la educación era importante, Azaña quería una reforma profunda del Estado para que fuera realmente democrático, requisito imprescindible para entroncar con Europa. Esto solamente se podía hacer si los ciudadanos actuaban, conscientes de sus derechos pero, sobre todo, de sus deberes, frente a los poderes sociales que controlaban o mediatizaban a España. Sin lugar a dudas, todas estas ideas y actuaciones de Azaña planteaban claramente la imperiosa necesidad de transformar un ya obsoleto Estado liberal en otro plenamente democrático. Azaña, fiel y consecuente con lo que defendía, daría el salto a la política, a la actuación práctica. Eso llegaría dos años después, en 1913.
Efectivamente, el año 1913 fue clave en la vida de Azaña. Por un lado, fue elegido secretario del Ateneo de Madrid en una candidatura que presidía Romanones, un cargo en el que estaría hasta 1920. Pero en ese año, sobre todo, es fundamental su ingreso en la política al entrar a formar parte del Partido Reformista de Melquíades Álvarez, fundado el año anterior. El nuevo partido político nació como una formación con vocación ideológica democrática, laica y gradualista. Agrupaba a republicanos que no estaban adscritos a ningún partido concreto, profesionales liberales, muchos de ellos ligados a la Institución Libre de Enseñanza y al krausismo. Las ideas del reformismo se manifestaron en la revista España. En 1913 se publicó el “Prospecto de la Liga de la Educación Política de España”, manifiesto impulsado entre otros por Ortega y Gasset y Azaña, a favor de crear una élite que fomentase el avance del verdadero liberalismo y la democracia. Era, en realidad, un texto que apoyaba el programa del Partido Reformista.
Ya dentro del Partido Reformista Azaña hizo un discurso en el mes de diciembre de 1913 en el que reafirmó sus ideas sobre la democracia parlamentaria, el laicismo, la importancia de emprender activas políticas sociales y culturales y la necesidad de combatir el caciquismo. Azaña quiso presentarse por Alcalá en las elecciones de 1914, pero al final desistió. En ese momento estalló la Gran Guerra y Azaña se posicionó claramente a favor de la causa aliadófila, entrando en las intensas polémicas que se generaron en España. Pero lo más interesante de esta polémica es que sirvió a Azaña para seguir reafirmando sus ideas. La resistencia francesa ante el casi arrollador avance alemán estaría vinculada, según su opinión, a que el patriotismo estaba estrechamente relacionado con la virtud cívica. Visitó los frentes de guerra en Francia, y posteriormente, en Italia. En la Primera Guerra Mundial comenzó su interés por los temas militares, de tan hondas repercusiones posteriores e inmediatas, porque le sirvió para dictar una serie de conferencias en el Ateneo y preparar un proyecto de publicaciones al respecto, además de ser encargado por el Partido Reformista para la elaboración del programa de reforma militar en España.
Azaña no tuvo éxito electoral con el Partido Reformista. En 1918 fracasó en su pretensión de salir diputado por el distrito electoral de Puente del Arzobispo. Anteriormente, había desistido de presentarse por su localidad natal, Alcalá de Henares. Tampoco consiguió ser elegido en 1923, en una elección especialmente conflictiva.
La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera supuso una crisis política personal para Azaña porque desencadenaría su salida del Partido Reformista. El reformismo había terminado aceptando muy pronto a la Monarquía, a la que había que democratizar según el programa de la formación, de ahí el posibilismo del partido. Pero en el momento en que Alfonso XIII había aceptado el golpe de Estado había deslegitimado la Monarquía al vulnerar los principios constitucionales. Era imposible seguir apoyando su existencia. Manuel Azaña pensó que no podía seguir estando dentro de las filas del reformismo por su defensa de una institución no legítima y porque no había advertido esta deriva. Por fin, consideró que la Dictadura no era una solución ante el fracaso del sistema de la Restauración. Nunca creyó en la necesidad del cirujano de hierro, que venían defendiendo algunos intelectuales del regeneracionismo y de la Generación del 98. Azaña siempre fue fiel a sus profundas convicciones democráticas. En ese momento comenzaba la andadura fundamental de su vida política, la del republicanismo. La democracia quedó identificada en su pensamiento y acción política con la República.
Cuando Azaña decidió dar el paso hacia el republicanismo se lanzó a promover la instauración de la República con su habitual energía. Azaña elaboró en 1924 su conocido manifiesto titulado Apelación a la República, que le costó distribuir, habida cuenta de la censura en la Dictadura y porque no encontró la colaboración que esperaba de amigos y allegados. Este texto es fundamental en la biografía de nuestro protagonista y en la historia del republicanismo español. Azaña identificó la Monarquía con el viejo absolutismo y dejó claro que la democracia solamente llegaría a España de la mano de la República. Para que cristalizara el nuevo régimen era necesario el concurso de todos, de distintas fuerzas y organizaciones, que deberían respetar no sólo la idea republicana sino el principio liberal y democrático del reconocimiento de los derechos del individuo en el marco de la nación. Azaña quería que la burguesía y el proletariado españoles se unieran en este empeño. Por eso intento siempre confluir con los socialistas, pero dentro de la familia socialista había distintas posturas y durante los años veinte se generó un intenso debate al respecto en su seno, y que tuvo relación, a su vez, con la posible colaboración con la Dictadura de Primo de Rivera. Pero tampoco consiguió muchos apoyos de políticos y fuerzas más afines.
Azaña pensó, ante el poder de la Dictadura y la falta de apoyos, ponerse a trabajar de forma clandestina para traer la República. En este sentido, fue fundamental la tertulia que se organizó en el laboratorio de José Giral en pleno centro de Madrid. Redactó un segundo manifiesto en 1925 en la línea ideológica de la Apelación, pero que supuso el germen de una nueva formación política, primero como Grupo de Acción Republicana, y luego ya claramente como Acción Republicana. Azaña quería remozar el republicanismo, y ser el punto de unión, más que un partido clásico, de todo el republicanismo, superando el pasado de divisiones internas en el seno del mismo. Ahí estaría el germen de la inmediata Alianza Republicana.
Eduardo Montagut
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