miércoles, 27 de enero de 2016

El posibilismo de Castelar

Emilio Castelar fue uno de los máximos representantes del republicanismo moderado o conservador, como lo demostraría en su etapa como último presidente de la Primera República. En este trabajo nos detendremos en la fase última de su carrera política, una vez restaurada la Monarquía en la figura de Alfonso XII.
Cuando se produjo la Restauración, Castelar se encontraba de viaje y decidió permanecer en París. De esta etapa es su obra Un año en París (1875). Cuando regresó a España ingresó en la Real Academia Española y en la Real Academia de la Historia. Y decidió también regresar a la política activa, ya que fue elegido diputado por Barcelona en las primeras Cortes de la Restauración. En el Congreso de los Diputados lideró la opción del posibilismo republicano, es decir, la postura de aquellos republicanos, generalmente los más moderados o conservadores, que pretendía colaborar con el nuevo régimen, no cuestionando su carácter monárquico, para democratizarlo. Para ello creó el Partido Democrático Posibilista en el año 1876. El órgano de prensa de la formación era el periódico madrileño “El Pueblo Español”. Castelar defendió con su habitual fuerza verbal el establecimiento del sufragio universal, la libertad de cultos y el servicio militar obligatorio en las Cortes. El Partido tuvo cierta implantación en Cataluña con Eusebi Corominas i Cornell y Eusebi Pascual i Casas. Ambos fundarían en 1878 el diario “La Publicidad”. Corominas comenzó militando realmente en el republicanismo federalista pero en la Restauración se inclinó hacia las posiciones de Castelar. Posteriormente estaría en Solidaridad Catalana, y fue diputado en varias legislaturas en el Congreso por Girona, además de alcalde accidental de Barcelona. En Mallorca destacaría Joaquim Fiol i Pujol, director de “La Opinión” y de “El Iris del Pueblo”, periódico fundamental del republicanismo balear, primero en la línea federal y luego en la posibilista. Fiol había sido amigo de Castelar y fue uno de los protagonistas de la Revolución de 1868 en las Islas Baleares, siendo elegido diputado en dos ocasiones. En la Restauración, ya en las filas del Partido Demócrata Posibilista, volvería a ser elegido diputado.
La opción política e ideológica posibilista terminaría desembarcando en el Partido Liberal. Cuando los liberales dominaron el poder ejecutivo en tiempos de la Regencia de María Cristina, Castelar y sus partidarios consideraron que el programa político de Sagasta recogía gran parte de sus demandas, como la Ley del jurado y el sufragio universal, aunque, como es bien sabido, no evitaría las consecuencias del caciquismo, no consiguiendo democratizar el sistema político. Castelar decidió retirarse de la vida política y recomendó a los suyos que ingresaran en la formación política liberal hacia 1893. En todo caso, aunque retirado, criticó con fuerza la actuación de los gobiernos españoles en la crisis de 1898. Al año siguiente moriría en San Pedro del Pinatar.
Eduardo Montagut



martes, 26 de enero de 2016

La Federación Universitaria Escolar (FUE)

La Federación Universitaria Escolar, conocida como la FUE, así como su expresión nacional, la Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH) fueron unas organizaciones universitarias y escolares españolas que aparecieron en la etapa final de la Dictadura de Primo de Rivera, y adquirieron un protagonismo clave en su crisis, en el advenimiento de la II República española y como modelo para el movimiento estudiantil antifranquista de los años sesenta. Su importancia es clave, además, en la historia universitaria española por los logros que consiguieron en relación con la participación democrática de los estudiantes en la Universidad y en el fomento de la cultura entre el pueblo. Representaron una alternativa laica frente a las asociaciones confesionales, como la Confederación de Estudiantes Católicos de España, así como ante las de signo tradicionalista y, posteriormente, falangista.


Los precedentes de la FUE deben buscarse en las asociaciones estudiantiles de tendencia liberal de principios del siglo XX, como la Unión Escolar, asociación fundada por Filiberto Villalobos. El precedente más directo sería la Unión Liberal de Estudiantes (ULE), creada en 1924. La ULE fue perseguida por la Dictadura, que nunca tuvo el apoyo de la Universidad. Esta persecución motivó que muchos estudiantes decidieran crear una asociación que no tuviera connotaciones políticas. Entre estos estudiantes destacaron Emilio González, José Dicenta, José Medina, Antonio María Sbert o Prudencio Sayagués. Transformaron las asociaciones profesionales que se habían creado por un decreto previo a la Dictadura, del año 1919 debido a César Silió, en otras más modernas y eficaces pero desde la neutralidad política y religiosa. Se entroncaba, de ese modo, con el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza. La FUE se creó en el curso 1927-1927. Entre sus directivos de primera hora estarían, además de los estudiantes citados, Antolín Casares, Arturo Soria, José López Rey, Eduardo Carlos Gilabert y Carmen Caamaño.

En 1928 un comité a favor de la UFEH pidió la legalización de la organización federal, pero el gobierno se negó. Este hecho y un decreto del 29 de mayo de 1928 de Eduardo Callejo de la Cuesta provocaron que llegara a un punto máximo la tensión en la Universidad española. Los estudiantes se enfrentaron a la política educativa de la Dictadura. Uno de los puntos clave de la oposición estudiantil estaba en el rechazo a un artículo del decreto que favorecía a las universidades privadas de Deusto y El Escorial. Estallaron huelgas y disturbios, duramente reprimidos, pero se consiguió la abolición de dicho decreto. Además, esta protesta fue uno de los factores que precipitó la caída de Miguel Primo de Rivera.

Por fin, en abril de 1930 la UFEH pudo celebrar su congreso constituyente. En julio el ministro de Instrucción, Elías Tormo, los aprobó. La UFEH, o las FUE se extendieron por todas las universidades españolas y contribuyeron a la llegada de la República a España. En la II República consiguieron la representación oficial de los estudiantes en los claustros universitarios, juntas de gobierno y consejo universitario. Su interés en esta época se centró, además, en participar en la reforma de la enseñanza y en el intento de que las clases populares accedieran a la cultura y la educación. En este sentido, se creó la Universidad Popular y se fomentó la extensión universitaria.

A partir de 1933, a la FUE le salió un oponente en la Universidad, el SEU, o Sindicato Español Universitario de la Falange. Ante este hecho, y el auge del fascismo, la FUE abandonó su primigenio carácter apolítico y neutral por una encendida defensa del antifascismo, comprometiéndose de forma activa en la defensa de la democracia y de los valores de la República Española. Al estallar la guerra civil optó por la defensa de la legalidad republicana y sus miembros lucharon en el frente o actuaron en la retaguardia en tareas educativas, culturales, asistenciales y sanitarias.

Al terminar la guerra algunos afiliados se organizaron para establecer una FUE clandestina, aunque terminó por decaer entre los años 1946 y 1947. En el exilio continuó existiendo la FUE en París y en México.

Eduardo Montagut


lunes, 25 de enero de 2016

El Partido Republicano Progresista en España

El Partido Republicano Progresista nació de la evolución de un sector de los radicales, vinculados a Manuel Ruiz Zorrilla, ya en tiempos de la Restauración, después de la experiencia de la Primera República. Intentemos estudiar este grupo republicano en este artículo.
Manuel Ruiz Zorrilla se había apartad0 de la primera fila de la política al abdicar Amadeo de Saboya. Pero en el verano de 1874 evolucionó hacia el republicanismo. Cánovas lo expulsaría de España en 1875 y tuvo que marchar al exilio. En 1876 y en París fundó con Nicolás Salmerón el Partido Reformista Republicano. Las relaciones entre Ruiz Zorrilla y Salmerón no fueron nada buenas porque el segundo no compartía el método de la insurrección del primero.
Ruiz Zorrilla
Ruiz Zorrilla decidió fundar el Partido Republicano Progresista en el año 1880, publicando un manifiesto, que también firmarían Cristino Martos y Eugenio Montero Ríos. Ruiz Zorrilla defendió desde el Partido Republicano Progresista la táctica de la conspiración y la insurrección, apoyando u organizando los intentos de derribar el régimen de la Restauración, con nulo éxito, destacando el levantamiento del general republicano Villacampa de 1886. Estos métodos y fracasos hicieron que algunos de los más destacados miembros de la formación republicana terminaran por salirse de la misma, como los propios Cristino Martos y Eugenio Montero Ríos, aunque también pudieron pesar otras consideraciones, como las de poder acceder al poder gracias a las puertas que abrió Sagasta en el Partido Liberal a muchas figuras progresistas. Montero Ríos terminó participando activamente en el sistema político como diputado, ministro y presidente del consejo de ministros.
Ruiz Zorilla murió en 1895 y el partido se resintió, aunque no se disolvió. De su dirección se encargó José María Esquerdo Zaragoza. Este destacado médico participó en la creación de la Unión Republicana. Esquerdo murió en 1912. Muchos de los miembros del Partido Republicano Progresista terminarían desembarcando en el Partido Reformista de Melquíades  Álvarez.
Eduardo Montagut

viernes, 22 de enero de 2016

República y Revolución Francesa

En este trabajo estudiamos el concepto de República en la Revolución Francesa, así como el establecimiento de la Primera República Francesa.
Los ilustrados tenían una idea de la República que entroncaba, debido a sus formaciones clásicas, con el universo grecorromano, por el que sentían una especial predilección. Sus héroes eran los forjadores de la democracia en la polis clásica de Atenas y los más genuinos representantes de la República romana, especialmente aquellos que habían luchado contra la deriva autoritaria de Julio César, como Bruto.
Pero, por otro lado, era evidente que los intelectuales del Siglo de las Luces conocían los regímenes republicanos del Antiguo Régimen, como la República de Venecia, Génova, la Confederación suiza, las ciudades libres alemanas y el caso especial de las Provincias Unidas. Ante estos ejemplos, tanto Montesquieu como Rousseau consideraron que las Repúblicas solamente podían florecer en Estados de pequeña extensión. Además Rousseau exaltó la soberanía del pueblo, base del régimen republicano. Pero era evidente que esas Repúblicas de la Edad Moderna eran regímenes políticos oligárquicos. El poder estaba reservado a una minoría de ciudadanos. Pero también es cierto cómo en los años ochenta, antes de la Revolución Francesa, estallaron sublevaciones en Ginebra y, sobre todo, en las Provincias Unidas para exigir un cambio profundo de sus regímenes respectivos, para que los derechos políticos se extendiesen a todos los ciudadanos. La sublevación de Ginebra de 1782 fue abortada por las tropas francesas y piamontesas. Los ingleses y prusianos se encargarán de reprimir la de los Países Bajos en 1788. Las Monarquías no estaban dispuestas a tolerar estos profundos cambios en el corazón de Europa. Los sublevados encontrarán en Francia su refugio, los conocidos en la época como los patriotas.
La República triunfante en aquel momento surgió al otro lado del Océano Atlántico. Los colonos americanos en guerra con la metrópoli inglesa crearon una República, votaron una Constitución y eligieron a un presidente.
Al estallar la Revolución en Francia el espíritu republicano no era tan fuerte como a primera vista podía suponerse. Se pretendía un profundo cambio político pero salvaguardando el principio monárquico. Serían las maniobras políticas de Luis XVI las que acelerarían el deseo de implantar una República. La huida de Varennes en junio de 1791 provoca la primera jornada republicana, y que acabaría con la matanza del 17 de julio de 1791. La política adoptada por el rey en relación con la Asamblea, empleando el veto con profusión, hace que se organicen las jornadas de 20 de junio y de 10 de agosto de 1792. El rey es detenido. Los revolucionarios deciden que hay que cambiar el régimen político, que la Constitución de 1791 ya no es válida, por lo que se disuelve la Asamblea y se convocan elecciones para un nuevo legislativo constituyente, la Convención.
En la primera sesión de la Convención, celebrada el 21 de septiembre, se aprueba por aclamación el decreto que abole la Monarquía en Francia. También se aprueba un decreto por el que comienza una nueva época. Se estaría en el año I de la República. Se cambia el escudo de Francia. Ahora sería un haz y un gorro de la libertad con la inscripción: “República Francesa”, que sería una e indivisible y se hace un llamamiento al ejército y a los soldados a defenderla de sus enemigos. La Constitución del año I es, lógicamente, la primera de las Repúblicas francesas. Se redacta a gran velocidad con el sello de los jacobinos. Es aprobada y sometida a referéndum.
La Constitución se abre con una declaración de derechos más avanzada que la de 1789, ya que aparece el sufragio universal, el derecho al trabajo, el derecho a la instrucción (educación), el derecho de petición y el derecho a la insurrección en el caso en el que el gobierno no respondiese a los deseos de la mayoría. También se proclama el derecho a la felicidad, un intenso homenaje a la Ilustración. Esta Constitución proclama la soberanía popular gracias, fundamentalmente, al sufragio universal pero también por otras medidas de control ciudadano. Los diputados verán muy limitados temporalmente sus mandatos, como el de otros cargos públicos: jueces y funcionarios municipales. Además se establecieron mecanismos para que los ciudadanos controlasen los actos y decisiones de sus representantes y participasen en el proceso de toma de decisiones.
Eduardo Montagut

viernes, 15 de enero de 2016

El republicanismo en la Restauración

Duramente reprimidos en los inicios de la Restauración, los republicanos tardaron en recuperarse del fracaso de la Primera República. Los factores que explican los problemas para poder articular una clara alternativa política cuando cedió la represión canovista tienen que ver con la división interna en grupos y tendencias, muy vinculados a determinados líderes y personajes, y organizados en comités para la época de las elecciones. En realidad, esto no les separaba mucho de la forma organizativa de los partidos dinásticos o monárquicos, pero no tenían el apoyo del sistema del turnismo diseñado por Cánovas, y eran víctimas del fraude electoral sobre el que se levantaba el edificio institucional de la Restauración. Aún así, los principales líderes republicanos consiguieron siempre un cierto apoyo electoral, en el ámbito urbano, que les permitió entrar en las Cortes. 

Otro factor muy importante a tener en cuenta a la hora de entender los problemas del republicanismo español en el último tercio del siglo XIX tiene que ver con la pérdida de dos importantes bases sociales: la obrera y la de parte de la burguesía más activa. El movimiento obrero terminó por divorciarse de la causa estrictamente republicana para abrazar el anarquismo o el socialismo. Las burguesías periféricas, muy implicadas políticamente, encontraron otro cauce de expresión en los partidos regionalistas o nacionalistas. El caso catalán fue paradigmático, aunque el republicanismo siguió teniendo peso en Barcelona.

Cuando se aprobó el sufragio universal los republicanos comenzaron a tener más respaldo electoral. En los años noventa consiguieron aumentar su representación parlamentaria, en torno a una veintena de escaños como media en cada legislatura. En el ámbito urbano comenzaron a contar con más apoyo social. En 1892 consiguieron un sonado éxito electoral en las elecciones municipales, especialmente en Madrid y en otras capitales de provincia.

En el seno del republicanismo español del último cuarto del siglo XIX se pueden establecer tres grandes corrientes. En primer lugar, estarían los federalistas, liderados por Pi i Margall. Además de por su apuesta federal para organizar el Estado se inclinaron hacia posturas socializantes y hallaron cierto eco en sectores populares de Cataluña y Valencia. Se organizaron en el Partido Republicano Federal, y fueron muy activos a través de la prensa y las publicaciones. Los federalistas no colaboraron nunca con el nuevo sistema político pero renunciaron al empleo de métodos violentos o conspirativos.

Los unionistas estaban liderados por Nicolás Salmerón, que regresó a España con la amnistía de 1881. Salmerón salió elegido diputado en 1883, y luego de forma ininterrumpida entre 1893 y 1907. Los unionistas formaron el Partido Centralista (1891). Eran partidarios de la unidad territorial y política del Estado, y su base social se encontraba entre la burguesía ilustrada y progresista.

Los radicales crearon el Partido Republicano Progresista, dirigido desde el exilio por Manuel Ruiz Zorrilla, destacado político de la época de Amadeo de Saboya. Eran partidarios de la insurrección y protagonizaron algunas hasta la muerte de su líder en 1895. En realidad, terminaron por no tener mucha implantación social. 

Por fin, habría que citar a los posibilistas, cuyo principal líder era Emilio Castelar. El último presidente de la Primera República había formado un partido republicano conservador, en línea con sus ideas y con la política que había protagonizado. Castelar quería participar en el nuevo sistema político, de ahí su posibilismo. Cuando se dieron las condiciones para hacerlo, es decir, cuando Sagasta aprobó el sufragio universal y la ley del jurado, decidió disolver el partido, y muchos de sus miembros aterrizaron en el Partido Liberal. 


La división del republicanismo se intentó superar en el inicio del nuevo siglo con la creación de la Unión Republicana. Ya en 1893 y en 1900 se habían dado alianzas electorales que reportaron éxitos. Los republicanos pretendían terminar con los enfrentamientos y el atomismo para poder presentar una clara alternativa. Nicolás Salmerón y Alejandro Lerroux fueron sus impulsores. El programa de la UR pasaba por recuperar la Constitución de 1869 en lo relativo a los derechos y organización de la administración, pero bajo la fórmula republicana y no monárquica. Habría que cambiar el sistema político con una convocatoria a Cortes Constituyentes. La UR fue un éxito en el sentido de unir a las tendencias republicanas, aunque con el Partido Republicano Federal solamente se alcanzó una alianza electoral. La UR obtuvo un gran resultado electoral en 1905 al conseguir treinta escaños del Congreso, gracias a su implantación en Madrid, Barcelona y Valencia.

Eduardo Montagut

jueves, 14 de enero de 2016

Manuel Azaña: del reformismo al republicanismo

En este artículo pretendemos acercarnos al primer Azaña político que se desarrolló en paralelo a su intensísima actividad intelectual, y que comienza a ser activo en el reformismo en la segunda década del siglo XX y culmina con su viaje hacia el republicanismo a mediados de los años veinte. Este compromiso se sustentaría solidamente en un conjunto de ideas que fue formulando y defendiendo desde comienzos del siglo XIX.

Las intensas preocupaciones intelectuales de Azaña le llevaron, sin lugar a dudas, hacia la política. En su tesis doctoral sobre la responsabilidad de las multitudes, presentada en 1900, realizó una defensa del derecho de las mismas a alzar la voz para reclamar, ya que, solía basarse en algo que en justicia se le debía, un aspecto harto interesante en el momento en el que las masas comenzaban a reclamar un lugar en el sistema político liberal, además de las crecientes reivindicaciones obreras. 

Azaña pertenecía al Ateneo desde 1900. En la institución se destacó en varias ocasiones por enfrentarse a la Generación del 98 y al regeneracionismo, criticando la inoperancia de ambos al no comprometerse clara y firmemente con los cambios políticos que necesitaba España. Posteriormente, insistiría en esta crítica en unos artículos de “La Correspondencia de España”. Azaña estaba defendiendo que había que actuar, que no bastaba con el ejercicio intelectual.Dos años después disertó sobre la libertad de asociación en la Academia de Jurisprudencia, en la que ya planteó la necesidad de que el Estado regulase las órdenes y congregaciones religiosas, respetando siempre el derecho a la libertad de enseñanza. Pero, además, Azaña se destacó en esta institución por debatir sobre la legitimidad de los sistemas políticos, defendiendo que solamente lo eran si contaban con un alto grado aceptación. 

Azaña defendió profundos principios democráticos como el sufragio universal, la soberanía nacional, algo que, en realidad no existía en su época, ya que la Constitución de 1876 consagraba la compartida entre la Corona y la Nación, las instituciones verdaderamente representativas, la libertad de mercado y el derecho de asociación de los obreros. Precisamente, esta idea entroncaría con la parte más social de su ya creciente compromiso político. Nos referimos a sus relaciones con los socialistas de Alcalá de Henares en aquella época y luego en 1911 cuando dio una conferencia titulada El problema español en la Casa del Pueblo, y donde intentaba vincular o articular la cultura con la política. Sin negar que la educación era importante, Azaña quería una reforma profunda del Estado para que fuera realmente democrático, requisito imprescindible para entroncar con Europa. Esto solamente se podía hacer si los ciudadanos actuaban, conscientes de sus derechos pero, sobre todo, de sus deberes, frente a los poderes sociales que controlaban o mediatizaban a España. Sin lugar a dudas, todas estas ideas y actuaciones de Azaña planteaban claramente la imperiosa necesidad de transformar un ya obsoleto Estado liberal en otro plenamente democrático. Azaña, fiel y consecuente con lo que defendía, daría el salto a la política, a la actuación práctica. Eso llegaría dos años después, en 1913.

Efectivamente, el año 1913 fue clave en la vida de Azaña. Por un lado, fue elegido secretario del Ateneo de Madrid en una candidatura que presidía Romanones, un cargo en el que estaría hasta 1920. Pero en ese año, sobre todo, es fundamental su ingreso en la política al entrar a formar parte del Partido Reformista de Melquíades Álvarez, fundado el año anterior. El nuevo partido político nació como una formación con vocación ideológica democrática, laica y gradualista. Agrupaba a republicanos que no estaban adscritos a ningún partido concreto, profesionales liberales, muchos de ellos ligados a la Institución Libre de Enseñanza y al krausismo. Las ideas del reformismo se manifestaron en la revista España. En 1913 se publicó el “Prospecto de la Liga de la Educación Política de España”, manifiesto impulsado entre otros por Ortega y Gasset y Azaña, a favor de crear una élite que fomentase el avance del verdadero liberalismo y la democracia. Era, en realidad, un texto que apoyaba el programa del Partido Reformista.

Ya dentro del Partido Reformista Azaña hizo un discurso en el mes de diciembre de 1913 en el que reafirmó sus ideas sobre la democracia parlamentaria, el laicismo, la importancia de emprender activas políticas sociales y culturales y la necesidad de combatir el caciquismo. Azaña quiso presentarse por Alcalá en las elecciones de 1914, pero al final desistió. En ese momento estalló la Gran Guerra y Azaña se posicionó claramente a favor de la causa aliadófila, entrando en las intensas polémicas que se generaron en España. Pero lo más interesante de esta polémica es que sirvió a Azaña para seguir reafirmando sus ideas. La resistencia francesa ante el casi arrollador avance alemán estaría vinculada, según su opinión, a que el patriotismo estaba estrechamente relacionado con la virtud cívica. Visitó los frentes de guerra en Francia, y posteriormente, en Italia. En la Primera Guerra Mundial comenzó su interés por los temas militares, de tan hondas repercusiones posteriores e inmediatas, porque le sirvió para dictar una serie de conferencias en el Ateneo y preparar un proyecto de publicaciones al respecto, además de ser encargado por el Partido Reformista para la elaboración del programa de reforma militar en España. 

Azaña no tuvo éxito electoral con el Partido Reformista. En 1918 fracasó en su pretensión de salir diputado por el distrito electoral de Puente del Arzobispo. Anteriormente, había desistido de presentarse por su localidad natal, Alcalá de Henares. Tampoco consiguió ser elegido en 1923, en una elección especialmente conflictiva.

La llegada de la Dictadura de Primo de Rivera supuso una crisis política personal para Azaña porque desencadenaría su salida del Partido Reformista. El reformismo había terminado aceptando muy pronto a la Monarquía, a la que había que democratizar según el programa de la formación, de ahí el posibilismo del partido. Pero en el momento en que Alfonso XIII había aceptado el golpe de Estado había deslegitimado la Monarquía al vulnerar los principios constitucionales. Era imposible seguir apoyando su existencia. Manuel Azaña pensó que no podía seguir estando dentro de las filas del reformismo por su defensa de una institución no legítima y porque no había advertido esta deriva. Por fin, consideró que la Dictadura no era una solución ante el fracaso del sistema de la Restauración. Nunca creyó en la necesidad del cirujano de hierro, que venían defendiendo algunos intelectuales del regeneracionismo y de la Generación del 98. Azaña siempre fue fiel a sus profundas convicciones democráticas. En ese momento comenzaba la andadura fundamental de su vida política, la del republicanismo. La democracia quedó identificada en su pensamiento y acción política con la República.

Cuando Azaña decidió dar el paso hacia el republicanismo se lanzó a promover la instauración de la República con su habitual energía. Azaña elaboró en 1924 su conocido manifiesto titulado Apelación a la República, que le costó distribuir, habida cuenta de la censura en la Dictadura y porque no encontró la colaboración que esperaba de amigos y allegados. Este texto es fundamental en la biografía de nuestro protagonista y en la historia del republicanismo español. Azaña identificó la Monarquía con el viejo absolutismo y dejó claro que la democracia solamente llegaría a España de la mano de la República. Para que cristalizara el nuevo régimen era necesario el concurso de todos, de distintas fuerzas y organizaciones, que deberían respetar no sólo la idea republicana sino el principio liberal y democrático del reconocimiento de los derechos del individuo en el marco de la nación. Azaña quería que la burguesía y el proletariado españoles se unieran en este empeño. Por eso intento siempre confluir con los socialistas, pero dentro de la familia socialista había distintas posturas y durante los años veinte se generó un intenso debate al respecto en su seno, y que tuvo relación, a su vez, con la posible colaboración con la Dictadura de Primo de Rivera. Pero tampoco consiguió muchos apoyos de políticos y fuerzas más afines. 

Azaña pensó, ante el poder de la Dictadura y la falta de apoyos, ponerse a trabajar de forma clandestina para traer la República. En este sentido, fue fundamental la tertulia que se organizó en el laboratorio de José Giral en pleno centro de Madrid. Redactó un segundo manifiesto en 1925 en la línea ideológica de la Apelación, pero que supuso el germen de una nueva formación política, primero como Grupo de Acción Republicana, y luego ya claramente como Acción Republicana. Azaña quería remozar el republicanismo, y ser el punto de unión, más que un partido clásico, de todo el republicanismo, superando el pasado de divisiones internas en el seno del mismo. Ahí estaría el germen de la inmediata Alianza Republicana.

Eduardo Montagut

martes, 12 de enero de 2016

Lluís Companys

Lluís Companys nació en Tarrós, Urgell (Lleida), en el año 1882. Hijo de una familia de propietarios rurales con buena posición, se trasladó a estudiar a Barcelona. Allí cursaría derecho y comenzaría su vida pública en el intenso clima político nacido al calor de la crisis del 98. Companys se acercó al republicanismo como un proyecto de regeneración de España y porque parecía el único régimen que permitiría resolver el hecho específico de Cataluña. En sus años de estudiante militó en la Asociación Escolar Republicana donde coincidió con Francesc Layret, compañero fundamental para nuestro protagonista. Companys participó en la Solidaritat Catalana y en la Unió Federal Nacionalista Republicana. Pero después del pacto entre la Unió Federal y el lerrouxismo, así como por su derrota electoral, el republicanismo catalanista entró en una profunda crisis. Companys decidió, en consecuencia, afiliarse al Partido Republicano Reformista, formación dirigida por Melquíades Álvarez.
En 1910, Companys se casó con su primera esposa, Mercè Micó, con quien tuvo dos hijos. El mayor de ellos sufrió varias enfermedades muy graves y siempre fue una fuente de preocupación para el padre. En septiembre de 1936, el matrimonio se divorció. Companys se casó con Carme Ballester. Su segunda esposa fue militante del Estat Català. En 1938, Ballester marchó a Francia para cuidar de su hijastro. En la guerra mundial contactó con la Resistencia y salvó a varios ciudadanos judíos. Mantuvo siempre la memoria de su esposo, hasta su fallecimiento en 1972, en el exilio.
En 1917, nuestro protagonista retornó a la política estrictamente catalana a través del Partit Republicà Català, del que sería uno de sus fundadores y dirigente. Consiguió ser elegido concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. En 1919, Barcelona vivía en plena época del pistolerismo y la violencia política. Companys fue el abogado de los líderes de la CNT en los juicios a los que fueron sometidos. Además, colaboró en la creación de la Unió de Rabbassaires (UR), fundada en 1921, con el propósito de llevar el sindicalismo al mundo rural. Anteriormente, tras el asesinato de Layret, Companys había sido elegido diputado por Sabadell, el distrito del que había sido, también diputado su gran amigo. Eso ocurrió en 1920 y fue reelegido en 1923. Además de esta actividad política, Companys practicó con asiduidad el periodismo en “La Publicitat” y en “La Lucha”, así como en “La Terra”, el órgano de expresión de la UR, que había fundado.
En 1931, Companys intervino en la fundación de la Esquerra Republicana de Catalunya, y participó en las elecciones de abril. Companys proclamó la República desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Fue elegido diputado en las Cortes por la provincia de Barcelona en ese mismo año, como luego por la capital en 1933 y 1936. También fue diputado del Parlament de Catalunya en 1932 y fue su primer presidente. También fue nombrado ministro de Marina en 1933. Al morir el presidente Macià, Lluís Companys fue elegido nuevo presidente de la Generalitat en el mes de enero de 1934. Al frente del gobierno catalán se esforzó por reagrupar las fuerzas del republicanismo de izquierdas, que estaba en plena crisis después de la victoria electoral en España del centro-derecha. En esta época se debatió y aprobó la controvertida Ley de Contratos de Cultivo, por los ataques que desató de derecha catalana y que fue impugnada por el gobierno de la República. En ese año de 1934 se produjeron los hechos del Seis de octubre, culmen de la profunda crisis política, institucional y social de España y Cataluña. Companys proclamó el Estat Català dentro de la República Federal Española. Pero todo terminó rápidamente con la intervención del ejército. Companys fue uno de los detenidos y juzgados. Su condena se elevó a treinta años de prisión, pero salió de prisión después del triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936. En la guerra civil, Companys luchó por conservar las instituciones autonómicas y republicanas, frente a la revolución anarquista, para luego intentar encontrar puntos de encuentro con dicho movimiento, muy poderoso en Cataluña. Pero, también tuvo problemas con el gobierno central, especialmente cuando éste se instaló en Barcelona. Al perderse la guerra, Companys marchó a Francia pero cuando los nazis derrotaron a los franceses fue detenido y entregado a la policía franquista. Se le trasladó a Madrid, donde sufrió torturas, y luego fue conducido a Barcelona. Fue juzgado en consejo de guerra sumarísimo y condenado a muerte. Fue fusilado en el castillo de Montjuïc, el día 15 de octubre de 1940.

Eduardo Montagut

miércoles, 6 de enero de 2016

La disolución de la Compañía de Jesús en tiempos de la Segunda República

La Compañía de Jesús ha sufrido diversas expulsiones y disoluciones en la historia de España. La más conocida fue la expulsión en plena época del despotismo ilustrado, con el decreto de 3 de abril de 1767, firmado por Carlos III. El papa disolvería la Compañía en 1773. Detrás de la expulsión del siglo XVIII estarían las teorías regalistas y absolutistas que no toleraban la existencia de una orden tan poderosa como la de los jesuitas, de obediencia papal, un verdadero Estado dentro del Estado.
La Compañía fue restablecida en España en tiempos de Fernando VII, después de que lo hiciera el papa Pío VII en 1814. Este hecho enconó la enemistad de los liberales hacia los jesuitas, que suprimieron la orden en el Trienio Liberal (1820) y luego en la Regencia de María Cristina. En 1852 se restableció el Colegio de Loyola para misioneros de Ultramar. Pero la Revolución de 1868 volvió a enfrentarse a la Compañía. El gobierno provisional decretó su supresión en octubre de 1868. La Restauración supuso el período más largo y fructífero para los jesuitas en la España del siglo XIX, prorrogado con el reinado de Alfonso XIII.
No cabe duda que la historia de las expulsiones de los jesuitas en la época contemporánea debe enmarcarse en el conflicto entre el laicismo y el anticlericalismo del liberalismo progresista y, posteriormente de izquierdas y la defensa de la vinculación de la religión con el Estado, promovida por los sectores más conservadores del liberalismo, así como por los carlistas, tradicionalistas e integristas. Este conflicto culminaría en la II República, el único sistema político español que ha establecido la completa separación entre la Iglesia y el Estado.
El artículo 26 de la Constitución de 1931, entre otras cuestiones relativas a la Iglesia y la religión, declaraba suprimidas aquellas órdenes religiosas que en sus estatutos incluyeran el voto de obediencia a una autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes debían ser nacionalizados y dedicados a fines benéficos y docentes. Era evidente que este punto afectaba directamente a los jesuitas por su voto de obediencia al Vaticano. Los republicanos y los socialistas consideraban que la Compañía de Jesús era uno de los puntales más activos del poder de la Iglesia, especialmente en materia educativa, considerada esta actividad como proselitismo. Pero además, se ponía en la práctica el ideario del anticlericalismo español, que contemplaba a la Iglesia como defensora de las clases sociales elevadas y del orden injusto impuesto secularmente por las mismas en España.
Así pues, se procedió a su disolución, siguiendo lo marcado por el texto constitucional. El decreto no tardó en llegar, ya que es del 23 de enero de 1932. Es importante destacar el artículo segundo del mismo y que establecía que los religiosos y novicios de la Compañía debían cesar su vida en común en todo el territorio nacional en el breve plazo de diez días, a contar desde la publicación oficial del decreto. Transcurrido ese tiempo, los gobernadores civiles serían los encargados de dar cuenta al gobierno del cumplimiento de la orden. Pero, además, los miembros de la disuelta Compañía no podían, en lo sucesivo, convivir en un mismo domicilio ni de forma expresa ni encubierta, así como reunirse o asociarse para continuar los fines de la orden.
En muchos lugares los jesuitas intentaron sobrevivir en una suerte de cierta clandestinidad. Los que se habían dedicado a la docencia siguieron enseñando en academias, subvencionadas y protegidas por antiguos alumnos, padres y simpatizantes de los jesuitas de elevada condición socioeconómica.

Eduardo Montagut

lunes, 4 de enero de 2016

El Partido Republicano Radical

En este artículo nos acercamos a la historia de una de las formaciones políticas más importantes de la España del primer tercio del siglo XX, especialmente en el ámbito del centro-derecha y muy vinculada a un personaje clave, Alejandro Lerroux. Nos referimos al Partido Republicano Radical.
Alejandro Lerroux nació en La Rambla (Córdoba), en 1864, en el seno de una familia pobre. Su proyección pública comenzó en el periodismo en publicaciones como El País El Progreso.Muy pronto se hizo conocido gracias a sus artículos con un lenguaje claramente demagógico y por iniciar diversas campañas. Pero su vida dio un giro evidente cuando se trasladó a Barcelona en 1899. En la capital catalana se presentó defendiendo el republicanismo y criticando la fuerte represión que se ejercía sobre el movimiento obrero. Se significó en la protesta contra los procesos de Montjuïc. Esta campaña le permitió adquirir una enorme popularidad entre los sectores obreros de Barcelona. Lerroux se presentó como un político contrario a los patronos, el Estado y la represión. Era el comienzo del camino que le llevó a ser proclamado el “emperador del Paralelo”. En 1901 obtuvo un acta de diputado.
Lerroux siguió una línea ascendiente de populismo y demagogia con un discurso donde se mezclaban elementos revolucionarios con otros anticlericales de elevado tono, como quedó de manifiesto en su famoso discurso de 1906 en el que animaba a los “jóvenes bárbaros” a entrar a saco en la civilización decadente, a destruir los templos y elevar a la categoría de madres a las novicias, además de prender hogueras en los registros de la propiedad. Otro de los componentes del discurso de Lerroux fue su encendido anticatalanismo. Esta vertiente de su ideología le granjeó ventajas fuera de Cataluña porque pudo presentarse como un valladar ante los avances y reivindicaciones de los regionalistas y nacionalistas catalanes.
El Partido Republicano Radical se fundó en un acto celebrado el día 6 de enero de 1908 en el Teatro Principal de Santander. Un grupo de republicanos federales de la ciudad había animado a Alejandro Lerroux para que creara una nueva formación política republicana. Lerroux presentó en el acto de fundación el programa político del nuevo partido, aunque sin grandes precisiones. Defendió el concepto de federación, el respeto a la religión católica pero no las órdenes religiosas y que el partido quería representar al pueblo, un concepto muy amplio y sin definir.
Al poco tiempo de la creación del partido, su fundador tuvo que marcharse de España para no tener que ingresar en prisión a causa de un delito de imprenta. Mientras estuvo fuera, la formación política fue dirigida por Sol y Ortega, Hermenegildo Giner de los Ríos y Emiliano Iglesias. En las elecciones de diciembre de 1908, Lerroux, Sol y Giner sacaron actas de diputados. Eso le permitió regresar a España.
Gracias a la ambigüedad del discurso político de Lerroux y de su formación política, se aprovecharon los hechos de la Semana Trágica de 1909, lo que les  permitió una clara victoria electoral municipal en el Ayuntamiento de Barcelona, en las elecciones de 1910. Pero la conjunción de una serie de factores internos y externos precipitaron la primera gran crisis del radicalismo: la corrupción de algunos dirigentes, el auge del catalanismo de izquierdas y del anarcosindicalismo, que le enajenaron gran parte del apoyo popular en Barcelona, donde años atrás Lerroux había sido “el emperador del Paralelo”. Esa fue la razón por la que Lerroux quiso extender el partido por toda España, con cierto éxito en Madrid, Valencia y Aragón. En 1917, Lerroux y el Partido participaron en la Asamblea de Parlamentarios y, desde entonces hasta el final de la Dictadura de Primo de Rivera, los radicales pretendieron aglutinar la oposición republicana española pero con un éxito muy escaso o relativo. En 1926, Lerroux participó en la Alianza Republicana y en 1930 formó parte del Comité Revolucionario.
Al terminar la Dictadura de Primo de Rivera, el Partido Republicano Radical resucitó pero más escorado hacia posturas conservadoras. En el transcurso del tiempo, el discurso demagógico, anticlerical y populista se desterró, encontrando su base social en cierta burguesía media industrial y comerciante. Al proclamarse la República, Lerroux participó en el primer gobierno republicano como ministro de Estado pero, tras las elecciones a Cortes Constituyentes, se negó a seguir siendo ministro por sus discrepancias con la izquierda y, especialmente con los ministros socialistas. Lerroux apostó por intentar consolidar el Partido como la oposición dentro del sistema republicano.
En las elecciones de noviembre de 1933, los radicales presentaron un programa conservador, defendiendo en la campaña lo que denominaron “la voluntad de defensa social”. Se pretendía formar una base electoral amplia entre la clase media urbana y entre los propietarios agrícolas. Al final, la CEDA alcanzó 115 diputados y el Partido Republicano Radical 102, de un total de 570 escaños. Aunque la derecha había vencido, los radicales y otros grupos de centro formaron gobierno. El 18 de diciembre de 1933 se constituyó un gobierno presidido por Lerroux, con radicales en las principales carteras. Este ejecutivo alcanzó la confianza parlamentaria gracias al apoyo de la CEDA. Lerroux y su gobierno emprendieron una labor de rectificación de las políticas seguidas en el primer bienio republicano. Pero, precisamente, en este contexto surgieron las discrepancias en el seno de la formación política. El primero de mayo de 1934, Diego Martínez Barrios, que había sido ministro de la Guerra, y otros 19 diputados radicales abandonaron el Partido, defendiendo una postura más progresista y fundaron el Partido Radical Demócrata. En Valencia también se produjo otra escisión, ya que, en torno a Marcos Miranda, se creó la Esquerra Valenciana, defensora de la autonomía. Por fin, hubo un tercer sector que se acercó a Azaña. En septiembre de 1934 se unieron el Partido Radical Demócrata y el Partido Radical Socialista.
Lerroux necesitaba a la CEDA para gobernar. Cuando la coalición entró en el gobierno, se precipitaron los hechos y estalló la Revolución de Octubre de 1934. Por fin, Lerroux tuvo que dejar la responsabilidad del gobierno a finales de 1935 acosado por el escándalo del Straperlo. Alcalá-Zamora nombró diversos gobiernos con radicales hasta las elecciones de febrero de 1936 que dieron el poder al Frente Popular. En dichas elecciones, Lerroux no obtuvo escaño y decidió abandonar la política. La guerra civil terminó por acabar con el Partido Republicano Radical. Por su parte, Lerroux, aunque apoyó la sublevación, marchó a Portugal. En el año 1947 regresó a España, falleciendo dos años después.

Eduardo Montagut

domingo, 3 de enero de 2016

La educación en la Segunda República

La llegada de la Segunda República supuso la implantación de un sistema político que tuvo en la educación uno de sus pilares fundamentales, tanto por la constatación del abandono en el que estaba, como por la necesidad de plantear en la práctica profundos cambios en un sentido progresista, dentro de un proyecto más amplio de creación de un Estado del bienestar, al considerar la educación como un motor de transformación social, partiendo, eso sí, de los movimientos de renovación pedagógica que habían comenzando con la Institución Libre de Enseñanza. Tres políticos se destacaron en el impulso a la educación: los ministros Marcelino Domingo y Fernando de los Ríos, que ocuparon la cartera de Instrucción Pública, y Rodolfo Llopis, director general de Primera Enseñanza.
La Constitución de 1931 dedicó tres amplios artículos a la educación, dentro del Capítulo II, titulado “Familia, economía y cultura”, del Título III, “de los derechos y deberes de los españoles”. El artículo 48 establecía que el servicio de la cultura era atribución del Estado y se prestaría en instituciones educativas, según un sistema de escuela unificada, es decir, que se planteaba un nuevo sistema educativo y común. La enseñanza primaria sería obligatoria y gratuita. Los docentes, desde maestros a catedráticos, pasando por profesores, serían funcionarios públicos. La República tendría obligación de facilitar el acceso a todos los grados de enseñanza a los españoles sin posibilidades económicas, es decir, por vez primera se establecía que la falta de recursos no podría ser un impedimento para estudiar; la educación adquiría un componente social del que carecía anteriormente y que no se recuperaría hasta la vuelta de la democracia. La libertad de cátedra quedaba reconocida y garantizada. La escuela española sería laica. En el propio texto constitucional se establecían los valores que debían inculcarse: el trabajo y la solidaridad. La religión dejó de ser una asignatura obligatoria. Aunque la enseñanza era laica, las distintas confesiones tendrían el derecho de enseñar sus doctrinas respectivas, pero bajo la inspección del Estado.
El artículo número 49 se dedicó a plantear las líneas generales de la estructura educativa. La expedición de títulos académicos y profesionales correspondería exclusivamente al Estado, que establecería las pruebas y requisitos necesarios para obtenerlos aún en los casos en que los certificados de estudios procedieran de centros de enseñanza de las regiones autónomas. Una ley de Instrucción Pública determinaría la edad escolar para cada grado, la duración de los periodos de escolaridad, el contenido de los planes pedagógicos y las condiciones en que se podría autorizar la enseñanza en los establecimientos privados.
Por fin, el artículo número 50 trataría, por vez primera, de atender la diversidad de España en el plano educativo, aunque primando el castellano como lengua fundamental en las escuelas. Las regiones autónomas podrían organizar la enseñanza en sus lenguas respectivas, de acuerdo con las facultades que se concediesen en sus respectivos Estatutos. Sería obligatorio el estudio de la lengua castellana, y ésta se usaría también como instrumento de enseñanza en todos los centros de instrucción primaria y secundaria de las regiones autónomas. El Estado podría mantener o crear en ellas instituciones docentes de todos los grados en el idioma oficial de la República. Pero en el mismo año de 1931 se aprobó un Decreto que matizaba el precepto constitucional en un sentido menos centralista. La presión catalana era evidente y se estableció que la enseñanza se practicaría en la lengua materna hasta los ocho años en la escuela, ya fuera catalana o castellana.
Una de las primeras decisiones tomadas por el gobierno de la República fue la elaboración de un ambicioso plan quinquenal de construcción de escuelas, hasta 27.000 centros escolares. Las penurias presupuestarias impidieron alcanzar ese objetivo, pero se hizo un verdadero esfuerzo para que hubiera escuelas en todos los rincones del país.
Las Misiones Pedagógicas fueron uno de los proyectos que más memoria han dejado de la República. Ponían en práctica la idea de la Institución Libre de Enseñanza de lo que se conocía como la “extensión universitaria”. Se pretendía acercar la cultura, con un intenso afán pedagógico, especialmente al mundo rural, con exposiciones, sesiones cinematográficas, guiñoles, representaciones teatrales, recitales, y apoyo a los maestros rurales. La educación de los adultos era una tarea muy urgente, porque no se había atendido en el pasado.
Como la Constitución encargaba la aprobación de una ley de instrucción pública, el gobierno se puso en marcha, y encargó a Lorenzo Luzuriaga, uno de los principales pedagogos que ha tenido España, el proyecto legislativo. Las líneas generales del mismo definen el ideario republicano-socialista de lo que debería ser la educación, y han sido inspiración posterior para la izquierda. La educación pública era una obligación del Estado, aunque se podría delegar en otras administraciones su sostén, siempre y cuando tuviesen solvencia económica y cultural. La República no prohibiría el ejercicio de la enseñanza privada, siempre y cuando no persiguiese fines políticos y partidistas. El problema se planteó cuando la legislación prohibió la existencia de las órdenes religiosas que tuviesen entre sus votos la obediencia a otra autoridad que no fuera la del Estado, es decir, los jesuitas, que tenían un evidente protagonismo en la enseñanza. Los republicanos y socialistas consideraban que la Compañía de Jesús ejercía una intensa actividad proselitista a través de la enseñanza. A pesar de la disolución de la Compañía, se mantuvieron en algunos lugares, como en Cataluña, academias subvencionadas por antiguos alumnos, padres y simpatizantes de los jesuitas.
Siguiendo el precepto constitucional, la religión dejaría de ser asignatura en el sistema educativo español, aunque no se prohibía el estudio del hecho religioso, en terminología actual, o historia de las religiones, con especial atención a la católica, dentro del currículo escolar. Si los padres de los alumnos de una escuela solicitaban que se enseñase la religión, el Estado tendría la obligación de poner los medios necesarios para que se pudiese impartir, pero siempre fuera del currículo, en un horario extraordinario.
La enseñanza sería gratuita, especialmente en el nivel primario, y se establecía un 25% de matrículas gratuitas en el nivel universitario.
En cuestiones pedagógicas, la escuela pública republicana planteó toda una revolución, que, basándose en los esfuerzos renovadores anteriores, buscaba que dicha escuela tuviera una clara conexión con la sociedad, por lo que era necesario el concurso de los padres, creándose una verdadera comunidad educativa. La secular segregación se terminaría, implantándose la coeducación.
El sistema educativo español se definiría como un todo unitario, dividido en varias etapas, pero interrelacionadas entre sí. El primer nivel sería el primario, dividido, a su vez, en dos etapas, la voluntaria (4-6 años) y la básica (6-12 años). La secundaria tendría dos ciclos: prolongación de la primaria (12-15 años), y preparación para cursos universitarios (15-18 años). Por fin, la superior, correspondería a los estudios universitarios.
Para todos estos cambios hacía falta un nuevo tipo de maestro, mejor formado pedagógicamente, muy concienciado de la importancia de su labor, más valorado por la Administración y mejor remunerado. La formación de los maestros llegó, por fin, a la Universidad, al crearse la sección de Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, en el año 1932.
En todo sistema educativo la inspección es un elemento clave y así lo entendió la República. En 1932 se aprobó el Decreto sobre la Inspección de la Primera Enseñanza. El inspector no sólo sería un funcionario que debía controlar la aplicación de la ley, sino, sobre todo, un facilitador del aprendizaje, al primar su función orientadora con los profesores, por lo que su formación pedagógica debía ser fundamental, además de la puramente administrativa. La inspección en el nivel secundario llegó con otro Decreto de Inspección de Segunda Enseñanza, en el mismo sentido. El inspector educativo en la República se convirtió en un funcionario autónomo, gracias al Decreto de Inmovilidad de los Inspectores, que evitaba su desplazamiento cuando molestaba en algún distrito. Los inspectores trabajarían, además, de forma coordinada, al crearse las Juntas de Inspectores.
En el nivel universitario se plantearon menos reformas. Una de las más llamativas fue la regulación de la cuestión de las reclamaciones de los alumnos a las calificaciones. La República creó la Universidad Internacional de Santander.
La llegada del centro-derecha al poder en el año 1933 planteó importantes cambios del proyecto progresista educativo del bienio reformista, en la línea de lo que se ha denominado “contrarreforma”, en un sentido conservador. La coeducación fue suprimida en primaria, aunque se pretendió que dicha prohibición se fuera aplicando al resto de etapas educativas. Se procuró intervenir a los inspectores, suprimiendo la Inspección Central de Educación con el argumento de que no había presupuesto, y se suprimió el decreto de inamovilidad de los inspectores. Por otro lado, sí se siguió con la creación de escuelas.
A pesar de que el Frente Popular deseaba establecer reformas educativas en el mismo sentido que en el bienio reformista, el estallido de la guerra paralizó cualquier actuación importante. Es destacable, eso sí, el esfuerzo formador que se dio en las milicias y en el Ejército Popular para combatir el analfabetismo y aportar conocimientos culturales a los milicianos y soldados.

Eduardo Montagut

sábado, 2 de enero de 2016

Miguel Maura y el republicanismo conservador

En este artículo glosaremos la vida de un personaje muy importante en el pequeño pero activo universo del republicanismo español conservador democrático, hijo de un prohombre del conservadurismo español como fue Antonio Maura. Estamos aludiendo a Miguel Maura.

Miguel Maura Gamazo nació en Madrid el 13 de diciembre de 1887, siendo el séptimo hijo de Antonio Maura, personaje clave en el reinado de Alfonso XIII, y de Constancia Gamazo, hermana de otro personaje fundamental en la política española de la época de la Restauración, Germán Gamazo. 

Nuestro protagonista comenzó en política en el seno del Partido Conservador en 1913. Fue elegido diputado maurista en el año 1916 por Alicante. El maurismo supuso una variante del conservadurismo, una puesta al día del mismo en el siglo XX frente al viejo conservadurismo que había representado Cánovas del Castillo. Tenía mucho de regeneracionismo, de reformismo con tintes sociales, aunque un tanto paternalista. Fue precisamente en 1913 cuando gran parte de las juventudes conservadoras se solidarizaron con Antonio Maura frente a Eduardo Dato. El maurismo, por otro lado, ponía de relieve la crisis del Partido Conservador, problema que también sufría el Partido Liberal. El maurismo fue una apuesta fallida por transformar un viejo Partido de cuadros, de élites, en otro más moderno, propio del siglo XX, aunque sería cantera de muchos políticos posteriores.


Aunque Miguel Maura comenzó por contemporizar con la Dictadura de Primo de Rivera ante el evidente fracaso del sistema político de la Restauración terminó por desplazarse hacia el republicanismo, opción que no compartían sus hermanos. Recordemos que uno de ellos fue el político e historiador duque de Maura, nombrado ministro en el último gobierno de Alfonso XIII. Además, la mayor parte de los mauristas sí apoyaron claramente la Dictadura y optaron por posiciones mucho más a la derecha. En este sentido basta con recordar a José Calvo Sotelo.

En 1930 se involucró en la coalición republicana y, tras los sucesos de Jaca, fue detenido. Creó una pequeña formación republicana pero que, muy pronto, se fusionó con la Derecha Liberal Republicana de Niceto Alcalá-Zamora. Miguel Maura fue un personaje muy activo en la época de la llegada de la República, participando en el Pacto de San Sebastián. El personaje representaba, junto con Alcalá-Zamora, la postura conservadora española legalista y defensora de las instituciones, que quedó sepultada por las otras derechas y que fracasó como alternativa democrática. Maura quiso que esa derecha participara activamente en la República, defendiendo sus posturas e ideas, intentando obtener el poder pero no para desvirtuar el sistema para crear otro nuevo, lo que le enfrentó a la derecha no democrática y, también a la CEDA y a Gil-Robles por su extremismo. Tampoco comulgó con el Partido Radical de Lerroux, quizás por la trayectoria política de este político, sintiéndose muy lejos de su populismo.

Maura participó en el primer gobierno de la República y en la intensa etapa constitucional. Ferviente católico, pero no ultramontano, terminó por enfrentarse al anticlericalismo de la izquierda en el gobierno, lo que hizo que dimitiera. Maura intentó convencer a sus colegas del gobierno sobre la necesidad de que se reconociera el catolicismo en España por su arraigo y que era necesario buscar alguna fórmula de entendimiento con la Iglesia. En agosto de 1931, la Derecha Liberal Republicana cambió su nombre por el de Partido Republicano Progresista. En enero de 1932, el ala derecha de la formación, liderada por Maura, se escindió, creando el Partido Republicano Conservador. Pero Maura fracasó en las elecciones de 1933, ya que solamente obtuvo 17 escaños, frente a la fuerza de la CEDA. 

Durante el bienio radical-cedista se caracterizó por intentar rebajar la tensión parlamentaria entre la derecha y la izquierda. En 1935, el presidente de la República pensó en él para dirigir un gobierno pero la derecha no le apoyó porque Maura quería aprobar una amnistía para los involucrados en la Revolución de Octubre, dentro de su línea de buscar consensos.

En las elecciones de febrero de 1936 su formación solamente se consiguió 3 escaños. El partido participó en la elección a compromisarios para elegir al presidente de la República, única formación conservadora, junto con la Lliga Catalana, que no boicoteó el proceso. En el mes de junio publicó unos artículos en El Sol, que generaron no poca polémica. En ellos abogaba por la instauración de una dictadura nacional republicana, un régimen transitorio para restablecer el orden frente a la radicalización general que se vivía en la primavera. Quería que se enfrentase a los sectores más radicales de la derecha y la izquierda para salvar a la República. Al parecer, cuando estalló la guerra el propio Azaña quiso nombrarle para que se formase un gobierno de unidad nacional para enfrentarse a la situación. Pero él exigía poder establecer ese régimen transitorio. Aunque los sectores menos radicales de un lado y de otro no veían, en principio, con malos ojos a Maura el resto de los republicanos y los sectores a la izquierda del PSOE se negaron en rotundo a aceptar esta solución.

El PRC desapareció en la guerra. Maura estuvo al margen del conflicto, se exilió y regresó a España en los años cincuenta de forma discreta y nunca colaboró con el franquismo. Murió en el año 1971 en Zaragoza.

Miguel Maura escribió un libro muy importante, ya obra clásica, para entender el intenso período histórico que determinó la llegada de la República y que lleva por título, Así cayó Alfonso XIII. La obra vio la luz en México en 1962, aunque no pudo publicarse en España hasta 1966, con la censura pertinente. La primera edición libre de censuras es del año 1981. En el año 2007, su nieto y profesor, Joaquín Romero Maura, sacó una nueva edición con un prólogo de su autoría y con textos de su abuelo hasta la llegada de Franco.


Eduardo Montagut