lunes, 29 de febrero de 2016

La República para Azaña

En este artículo nos acercamos al momento fundacional de Izquierda Republicana y al discurso que en el acto de creación de la formación política pronunció Azaña. Uno de sus párrafos nos sirve para condensar la idea que tenía este fundamental personaje de la historia contemporánea sobre la República. Para Azaña era sinónimo de Estado de Derecho.
Como es sabido, Izquierda Republicana fue un partido que se fundó después de la derrota electoral de la izquierda en el año 1933. Nace el 3 de abril de 1934 con la fusión del partido de Manuel Azaña, Acción Republicana, el Partido Radical Socialista de Marcelino Domingo y el ORGA (Organización Republicana Gallega Autónoma) de Santiago Casares Quiroga.
En el discurso final del Congreso fundacional, Azaña expuso lo siguiente:
“En la República encontramos nosotros la salvación o el camino de redención del pueblo español, la ruta que conduce a su mayoría de edad, la ruta que conduce a vivir libre como él quiera, dentro de normas de derecho, de justicia y de paz, de paz en todas partes, pero una paz fundada en la ley, en la justicia, en el orden, que no sale de las manos del verdugo, sino del respeto a la justicia y al cumplimiento del deber.”

Izquierda Republicana defendía la unidad de las izquierdas en el Frente Popular. En las elecciones de febrero de 1936 obtuvo un total de 88 escaños. Se puede decir que fue la formación de izquierda no marxista más importante de aquel momento histórico. Formó parte de todos los gobiernos posteriores y fue fundamental en el sostenimiento del gobierno y el ideal republicano español en el exilio.
Eduardo Montagut

domingo, 28 de febrero de 2016

Las raíces del conflicto religioso a la llegada de la República

La proclamación de la República en España en abril de 1931 supuso la llegada al poder de los republicanos y socialistas que en materia religiosa propugnaban la secularización del Estado en un nivel infinitamente más claro y contundente que el que habían apuntado algunas políticas de los sectores liberales más laicos del sistema de la Restauración, como podría ejemplificar Canalejas. Los republicanos y los socialistas consideraban que la Iglesia había sido un sostén fundamental del sistema derribado y eso debía terminar. En efecto, desde que la Iglesia y el Estado se habían reconciliado en la Década Moderada con el Concordato de 1851, aquella no había dejado de recuperar terreno, influencia y poder. El Sexenio Democrático, a pesar de su tendencia laica, no había podido con ese poder y no le había dado tiempo tampoco a emprender cambios importantes. La Restauración canovista supuso una nueva época dorada para la Iglesia, que se identificó claramente con los intereses de la oligarquía que gobernó España desde 1875.
La Iglesia no estaba dispuesta a perder ninguno de sus derechos y privilegios, y se opuso constantemente, con algunas excepciones entre sus miembros, a todas las políticas y decisiones que el nuevo poder republicano aprobó en materia religiosa. Pero también es cierto que el nuevo poder tampoco estaba dispuesto a negociar nada porque siempre consideró a la Iglesia un enemigo muy poderoso y hostil. Ni tan siquiera se pensó en dosificar las medidas y los cambios; a lo sumo, el sector más conservador del republicanismo, representado por Alcalá-Zamora y Maura, intentó no extremar la separación entre la Iglesia y el Estado, pero con nulo éxito, dada su debilidad política. En todo caso, las posturas estaban tan claras y enfrentadas, y la voluntad de ambas partes para negociar fue siempre tan escasa, que el enfrentamiento estaba servido.
Para entender dicho enfrentamiento deben conocerse algunos aspectos relativos a la religión y a la institución eclesiástica en la sociedad española, un aspecto que se obvia con frecuencia a la hora de abordar los conflictos religiosos de los años treinta. También parece necesario conocer la diversidad de las posturas críticas hacia la Iglesia.
Es evidente que la mayoría de los españoles era católica en el año 1931, pero esta afirmación esconde una realidad más compleja. La práctica religiosa se había hecho mucho más ligera o tibia desde finales del siglo anterior. La Iglesia española no hizo mucho por entender los cambios sociológicos en España y se aferró claramente a sus posturas ortodoxas y vinculadas con el poder y la Monarquía. Solamente el sindicalismo católico fue la apuesta más moderna de la Iglesia para acercarse al mundo laboral, aunque es evidente que para intentar no perder influencia y en clara vinculación con la patronal. La Iglesia llegó a 1931 con un gran poder político, social, económico y educativo. Pero, es más, no podemos olvidar que el número de personas vinculadas estrechamente a la Iglesia, es decir, los miembros del clero, era altísimo. España era el segundo país, después de Italia, con más sacerdotes y religiosos del mundo, y que dependían, en gran medida del erario público, además de las aportaciones de los fieles y de un renacido patrimonio propio, que se fue recuperando después del golpe que supuso la desamortización de Mendizábal, un siglo antes.
En realidad, el mayor poder de la Iglesia no era el económico porque, además, aunque era evidente la recuperación de parte de su patrimonio nunca pudo llegar a alcanzar el que tuvo en el Antiguo Régimen en la época de las manos muertas. El poder real era el que ejercía en la política y en la sociedad. La Iglesia estaba imbricada en el aparato estatal y en los mecanismos del poder no institucional. El caso más evidente de esto último estaba en el ámbito rural. El párroco era una figura fundamental junto con el cacique. Su influencia podía ser mayor que la que ejercían las autoridades municipales. Aunque la Constitución de 1876 estableció la tolerancia de cultos, no se podían ejercer públicamente, y la Iglesia se encargó con notable éxito para que la presión social sobre otras confesiones fuera asfixiante. Las Fuerzas Armadas –Ejército y Marina- eran organismos confesionales y era casi imposible ser militar y no ser católico. El poder eclesiástico sobre la educación era completo. En primer lugar, porque se hizo cargo de muchos centros educativos, especialmente a través de las Órdenes religiosas, que educaron y conformaron la ideología de las clases dominantes españolas, pero también ejerciendo un control ideológico sobre la enseñanza en general. Otro de los pilares del poder eclesiástico era el de tipo moral. Para ello se apoyó en la mayoría social católica y en un entramado muy bien organizado de instituciones culturales, periódicos y revistas, obras piadosas y de caridad, el nuevo sindicalismo católico, las escuelas católicas y organizaciones que podían movilizar a los fieles cuando algunos gobernantes intentaban aprobar medidas de separación entre la Iglesia y el Estado. Canalejas, como apuntábamos más arriba, sufrió este tipo de movilizaciones.
Pero frente a este innegable poder, el anticlericalismo en España experimentó un poderoso auge desde comienzos del siglo XX. Las clases trabajadoras urbanas se habían alejado casi completamente de la Iglesia. El laicismo y el abierto anticlericalismo habían calado en el proletariado donde la influencia ideológica anarquista y socialista era evidente, pero también cobraba fuerza en los sectores progresistas de la pequeña burguesía. La mayoría de los intelectuales, por su parte, en un momento de esplendor de la cultura española, estaba muy lejos de lo que representaba la Iglesia, especialmente desde el conflicto religioso que terminó desembocando en la creación de la Institución Libre de Enseñanza.
El anticlericalismo español no era monolítico, como ya podemos sospechar por lo expuesto en el párrafo anterior. El anticlericalismo de los intelectuales y políticos reformistas del ámbito republicano y de gran parte del socialista buscaba cambios profundos pero desde la legalidad, desde las reformas que separasen la Iglesia del Estado sin concesión alguna pero respetando el hecho religioso y la libertad de conciencia. El anticlericalismo más popular apelaba a un odio casi visceral contra el clero, contra todo lo que representaba la Iglesia y la religión porque se vinculaban con el poder político y económico, como una faceta más de la lucha de clases. Parte del movimiento obrero alentó este tipo de anticlericalismo, que terminó por protagonizar hechos tan violentos como los que se produjeron en 1909 en la Semana Trágica, y en los inicios de la vida de la República, en mayo de 1931 con la quema de conventos, continuando con la explosión violenta contra el clero al estallar la Guerra Civil.
Eduardo Montagut

jueves, 25 de febrero de 2016

La política exterior de la III República francesa hasta la Triple Entente

Los primeros veinte años de la existencia de la III República francesa se desarrollaron bajo los agobiantes límites del aislacionismo que impuso Bismarck a través de los complejos mecanismos de la diplomacia de los sistemas internacionales que diseñó para evitar que se pudiera desarrollar el revanchismo francés después de la derrota de Sedán y la pérdida de Alsacia-Lorena. Pero conviene matizar algo este aislacionismo, ya que el entramado diplomático alemán no fue tan perfecto como se ha insistido tradicionalmente. Tuvo muchas fisuras, especialmente en las relaciones entre Austria-Hungría y Rusia, y el canciller tuvo que empeñarse trabajosamente en recomponerlos y rediseñarlos en distintas ocasiones. Los franceses aprovecharon estos fallos para ir intentando salir de su ostracismo internacional. En 1875, es decir, muy pronto, ante la amenaza de Berlín de desatar una especie de guerra preventiva contra Francia, París consiguió el apoyo diplomático de rusos y británicos, en algo que prefiguraba, aunque a mucha distancia temporal, lo que terminaría por ocurrir, el acercamiento entre las tres potencias.

Por otro lado, los franceses no dejaron de intentar participar en algunos asuntos internacionales relevantes. Waddington, ministro de Asuntos Exteriores, asistió al Congreso de Berlín de 1878 en el que se trataron los problemas balcánicos.

Los años ochenta, en cambio, supusieron un freno a los intentos galos de salir del aislacionismo y no tanto por la presión alemana sino por los conflictos derivados de su activa política imperial y colonial, especialmente en el continente africano. A partir de 1881, los franceses decidieron controlar Túnez lo que provocaría el enfrentamiento con Italia que, de resultas, favoreció el acercamiento del gobierno italiano a Alemania, entrando en los sistemas bismarckianos por lo menos hasta la segunda mitad de los años noventa. Al año siguiente el conflicto estalló en Egipto donde Francia chocaría frontalmente con Gran Bretaña. La década se cierra con una soledad internacional evidente para Francia. En 1887 los británicos sellan una alianza con Italia en el Mediterráneo con la adhesión austriaca y española.

Francia consiguió salir del aislamiento cuando Bismarck desapareció de la escena política a comienzos de los años noventa y comenzó a desarrollarse la weltpolitik alemana, que liquidaba los complejos equilibrios y apostaba por una clara expansión internacional que, de rebote, hizo reaccionar a las otras potencias. Ese fue el momento en el que Rusia decidió separarse definitivamente de la órbita diplomática alemana, encontrando a una Francia deseosa de firmar acuerdos, a pesar de las diferencias abismales entre sus dos regímenes políticos. En 1892 se establece una alianza militar, que es ratificada dos años después. Es una alianza defensiva frente a Alemania y que se mantuvo en secreto hasta 1897. Pero eso no impide que se conozcan algunos hechos: la concesión francesa de créditos a Rusia y las visitas que sus dos flotas hacen a sendos puertos de ambos países. 

El acercamiento entre franceses y británicos es más complicado por las tensiones coloniales e imperialistas, pero los segundos comienzan a calibrar el peligro expansionista alemán y el poderío de su flota. En 1890, Gran Bretaña y Francia llegan a un acuerdo de reparto del valle del río Níger. Es un primer acercamiento pero que se frena cuando resurgen las tensiones en Indochina y en África con Fashoda en 1898. Pero superados estos conflictos la tensión se relaja y en 1904 se firma la Entente que pone fin a los problemas coloniales al establecer las definitivas áreas de ambas hegemonías, marcando que Egipto sería controlado por Londres, mientras que París haría lo mismo en Marruecos. La Entente es un hecho fundamental porque cambió claramente las relaciones internacionales entre ambas potencias, en realidad para todo el siglo.


Francia aprovechó su anterior acercamiento con Rusia y su más reciente alianza con Gran Bretaña para propiciar un acercamiento entre estas dos potencias, que estaban enfrentadas por sus respectivos intereses en el Próximo Oriente. Pero el acercamiento entre Berlín y Estambul en marzo de 1903 no gustó nada ni a los británicos ni a los rusos. Por fin, a finales de agosto de 1907 se firma un acuerdo anglo-ruso. Nacía la Triple Entente, constituida por Francia, Gran Bretaña y Rusia. Los temores de Bismarck se confirmaban a menos de veinte años de su retirada de la política. El acercamiento entre tres potencias que habían tenido tantos problemas internacionales y coloniales entre sí se sustentaba en la hostilidad común a Alemania y su política exterior agresiva. 

Eduardo Montagut

martes, 23 de febrero de 2016

La labor de la Convención francesa

En este artículo nos detendremos en la época de la Convención, el período más radical de la Revolución Francesa.
Después del asalto a las Tullerías en agosto de 1792 la Revolución entraría en una fase de mayor radicalización. La Asamblea Legislativa suspendió las funciones del rey y se recluyó a la familia real en el Temple. Además se decidió convocar elecciones con sufragio universal para elegir un nuevo parlamento, la Convención, que se formaría en septiembre de 1792. La composición de la Convención fue la siguiente: unos doscientos diputados jacobinos, ciento ochenta girondinos y una nutrida fuerza de diputados que se encuadraría en una especie de centro, que oscilaría entre las dos fuerzas. Las dos primeras medidas tomadas fueron la abolición de la monarquía y la proclamación de la República.
La Convención Nacional comenzó con una espectacular victoria contra los prusianos en Valmy, lo que alejó el peligro de París. Era el triunfo de un nuevo ejército, nacional y popular, frente a la profesionalidad de los ejércitos del Antiguo Régimen.
Mientras tanto se agudizó el enfrentamiento entre girondinos y jacobinos. Al final, los segundos se hicieron con el control de la Convención, destacando su principal líder, Robespierre. En enero de 1793 se juzgó al rey Luis XVI, que fue condenado a muerte y guillotinado el 21 del mismo mes, gracias a una ajustada mayoría en la Convención: 387 votos a favor de la pena capital frente a 334 en contra. Este hecho enconó la guerra, y en el interior estallaron revueltas realistas, como la de la Vendée, protagonizada por los campesinos de la región del Loira.
En este artículo nos detendremos en la obra legislativa de este período. En primer lugar, se aprobó la  Constitución de 1793, que establecía una república con soberanía popular y sufragio universal masculino. Incluía una Declaración de Derechos más avanzada que la de 1789, en la que se reconocían los derechos al trabajo, a la asistencia, la educación, es decir, novedosos derechos sociales, y el derecho a la insurrección. Se estableció que la igualdad era un derecho natural. El régimen político se definía como república unitaria centralista con un poder ejecutivo formado por un consejo de 24 miembros, controlado por la Asamblea.
Se abolió la esclavitud en las colonias y se aceptó el referéndum como consulta popular para dar legitimidad a las leyes principales, comenzando por la propia Constitución.
Por otro lado, en esta época se establecieron medidas excepcionales para combatir la traición y la indisciplina en el interior y en el ejército. Es el comienzo del Terror, como instrumento político. Se crean el Comité de Salvación Pública y un Tribunal Revolucionario, que llegaron a suplantar el poder de la Convención y de los jueces ordinarios. La represión política y social envió a la guillotina a los reyes, nobles, clérigos, miembros del Tercer Estado, marginados y enemigos políticos como los girondinos y hasta los propios jacobinos como Danton, y al final, hasta al mismo Robespierre.
En el plano económico, los jacobinos establecieron medidas de intervencionismo para intentar atender a las demandas populares: tasa del pan, es decir, precio regulado del mismo por ley, precios máximos para los alimentos básicos, confiscaciones de bienes y su racionamiento y reparto, anulación de las deudas contraídas por los campesinos con la nobleza, etc..
Otras medidas iban encaminadas a establecer los principios de un mundo nuevo distinto al anterior: calendario revolucionario y organización del culto oficial al Ser Supremo, como sustitución de la religión y la Iglesia católicas.
Estas políticas consiguieron dominar las rebeliones interiores, se obtuvieron éxitos militares y se frenó el caos económico. Pero los métodos empleados por los jacobinos, especialmente el Terror, les hicieron cada día más impopulares. Una vez que los diversos peligros se alejaban, los diputados de la Convención consiguieron deshacerse de ellos a través del golpe de estado de Termidor de julio de 1794.

Eduardo Montagut

lunes, 22 de febrero de 2016

Federalismo

El federalismo es el sistema de organización territorial de un Estado en el que las unidades políticas –los estados- que lo componen tienen un grado muy alto de autogobierno, aunque estas unidades se subordinan a un poder federal o central en determinadas materias o competencias generales, como suelen ser las fuerzas armadas, la política exterior, las directrices generales económicas, servicios administrativos comunes, grandes infraestructuras, etc.., estableciendo un equilibrio en sus constituciones. En los Estados federales el poder legislativo es bicameral, con una cámara baja donde están representadas las circunscripciones electorales en función de su demografía, junto con cámaras altas de representación territorial, que suele ser igualitaria para evitar el predominio de unos estados sobre otros. Los conflictos de competencias entre el Estado federal y los estados se resuelven en los tribunales federales, que también ejercen como tribunales constitucionales.
El federalismo surgió con la creación de los Estados Unidos y la promulgación de su Constitución de 1787. Los estados soberanos –las antiguas trece colonias británicas- pactaron asociarse pero estableciendo vínculos estrechos para crear una federación y no una confederación, aunque no sin cierta tensión entre los partidarios del fortalecimiento del poder federal y los defensores de los poderes de cada estado, y que duró durante un largo período de tiempo. La guerra de Secesión supuso la principal crisis de este sistema político. También puede darse el camino inverso, es decir, partir de un Estado más o menos centralizado que se descentraliza. La Unión Soviética fue un Estado federal de repúblicas, que partió de la descentralización, además de la pérdida de algunos territorios, del antiguo Imperio zarista. El Estado de las autonomías español, sin ser federal, sí supuso una clara descentralización desde un Estado muy centralizado, herencia combinada del centralismo liberal decimonónico y del acusado centralismo franquista, y que solamente fue cuestionado con el proyecto federal de 1873 y el Estado integral de la Segunda República, que reconocía las autonomías, ya que no puede considerarse un modelo alternativo la ley de mancomunidades de 1913.
Por otro lado, el federalismo es también una doctrina política que defiende el sistema político descrito anteriormente. En este sentido, en España existió una tendencia federalista republicana que nació en el siglo XIX y que intentó poner en práctica una solución federal, sin éxito, en la I República, con dos vertientes, una de desde arriba con el proyecto constitucional de 1873 y, otra desde abajo y con un carácter más social, con el movimiento cantonalista.
Por fin, el federalismo es una opción para avanzar en la construcción europea, como un medio para dinamizar las instituciones de la Unión Europea, generar políticas comunes, agilizar el sistema político y administrativo y ganar en calidad democrática, con el fin de servir de forma más adecuada a los ciudadanos europeos en un mundo globalizado.

Eduardo Montagut

 http://www.publicoscopia.com/cultura/item/4451-breves-nociones-de-federalismo.html

http://www.nuevatribuna.es/opinion/eduardo-montagut/federalismo/20131118103435098373.html

http://www.ecorepublicano.es/2015/10/aproximacion-al-federalismo.html

miércoles, 17 de febrero de 2016

El origen de la política militar de Azaña

En el aniversario del fallecimiento de Manuel Azaña en el exilio queríamos analizar el origen de sus preocupaciones militares por ser uno de los aspectos a los que más atención dedicó al comienzo de sus responsabilidades políticas en la República, y para completar el análisis que hicimos hace unas semanas sobre las reformas que emprendió al frente del Ministerio de la Guerra.


El hecho que provocó que Azaña comenzara a preocuparse de los asuntos militares llegaría, sin lugar a dudas, con el estallido de la Gran Guerra, su conocimiento directo de la misma en los frentes, y su participación en la polémica entre aliadófilos y germanófilos. Esta situación le llevaría a escribir sobre el civismo, el patriotismo vinculado al mismo y la misión del Ejército en una democracia.
El estallido de la Primera Guerra Mundial provocó un intenso debate en España sobre la postura a tomar y sobre los dos bandos. La opinión pública se dividió entre aliadófilos y germanófilos. A grandes rasgos, los liberales, republicanos y, en realidad, los socialistas después de un intenso debate en su seno, se decantaron por distintas razones por la Entente, frente a los conservadores, carlistas y otros sectores vinculados a las futuras extremas derechas, que preferían la causa de los Imperios Centrales. Azaña no podía dejar de intervenir en la polémica.
Un año antes del estallido del conflicto, Manuel Azaña había ingresado en el Partido Reformista de Melquiades Álvarez, además de ser elegido secretario del Ateneo en una candidatura presidida por Romanones. En 1914 desistió de presentarse a las elecciones por su localidad natal, Alcalá de Henares, y al iniciarse la Guerra, se lanzó con su vehemencia habitual a favor de la causa de los aliados. En primer lugar, abrió el Ateneo a los intelectuales franceses para que defendieran su postura, y respaldó el“Manifiesto de Adhesión a las Naciones Aliadas”, que se publicó en julio de 1915 en la revista “España”.
En el mes de octubre de 1916, cuando la guerra ya se había convertido en una sangría, marchó a Francia junto con otros intelectuales españoles para conocer el conflicto de cerca, visitando el frente, donde comprobó lo que era realmente el horror.
En febrero de 1917 se constituyó la Liga Antigermanófila, que reunió a destacados líderes políticos republicanos, socialistas y reformistas. En abril se celebró un mitin que iba dirigido a todas las izquierdas españolas y que se había organizado para responder a otro de Antonio Maura. Azaña firmó el Manifiesto de la Liga. Los aliadófilos fueron muy activos y se enfrentaron vehementemente a los germanófilos. Al respecto, Azaña dictó una conferencia en el Ateneo donde comentó, según su opinión, las razones de los germanófilos y explicó la causa de la neutralidad española, vinculada a sus carencias militares. Otro de los aspectos fundamentales de la conferencia tiene que ver con el primer planteamiento sobre su concepción de las Fuerzas Armadas, que luego inspiraría sus reformas. Azaña admiraba a los franceses por su virtud cívica, la raíz de su patriotismo, que había sido la fuerza que había permitido frenar el casi arrollador avance germano al comenzar la contienda cuando casi llegaron a París. No cabe duda que Azaña, en su francofilia, estaba sentando las bases de un patriotismo muy distinto del que el Ejército y las derechas estaban desarrollando en ese momento y que culminaría en la Segunda República.
Azaña visitó el frente italiano en septiembre de 1917 con Unamuno, Américo Castro y Santiago Rusiñol. Dos meses después regresó al frente francés.
En enero de 1918 profundizó más en la cuestión porque inició un ciclo de conferencias en el Ateneo sobre la política militar francesa, y que debían ser el germen de una obra impresa de gran envergadura sobre Francia, pero que solamente se concretó en un volumen que trataba, precisamente, de la cuestión militar. Azaña planteó claramente lo que ya había apuntado anteriormente en relación con la virtud cívica, el patriotismo y el Ejército. Azaña hablaba del contrato social que creaba la colectividad, el Estado, recogiendo toda la tradición de pensamiento liberal y democrático. El Ejército sería una de las instituciones fundamentales que actualizaban ese pacto porque lo hacía para defender la nación, los ciudadanos, sin distinción de clase, y para ello los militares estaban dispuestos a dar su vida, de ahí la gravedad de su misión. Aquí debemos encontrar, insistimos, la base ideológica de su posterior política reformista.
El Partido Reformista le encargó que elaborara su programa sobre el Ejército y la Marina. En ese momento ya explicó la necesidad de alejar al Ejército de la política, la reducción del número de oficiales y del tiempo del servicio militar.
Eduardo Montagut

sábado, 13 de febrero de 2016

El camino hacia la Segunda República. El republicanismo en vísperas de la República

El republicanismo español llegó al año 1930 dividido en distintas formaciones y grupos de opinión. Pero, bien es cierto, que, a pesar de esta desunión organizativa sí se habían establecido, en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera, una serie de lazos importantes. Esas conexiones serán fundamentales para conseguir movilizar a distintos apoyos sociales en este momento crucial para la causa republicana.
En el año 1926 vemos formarse la Alianza Republicana, punto de conexión entre el republicanismo histórico y el nuevo. En la plataforma política de la Alianza se integraba el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux. El Partido se fundó en un acto celebrado el día 6 de enero de 1908 en el Teatro Principal de Santander. Un grupo de republicanos federales de la ciudad había animado a Alejandro Lerroux a que creara una nueva formación política republicana. Lerroux presentó en el acto de fundación el programa político del nuevo partido, aunque era muy vago. Defendió una estructura federal para España, que era necesaria la religión católica pero no las órdenes religiosas y el partido quería representar al pueblo pero no quedaba muy claro que se entendía por tal. La ideología del Partido Republicano Radical se basaba en un encendido discurso anticlerical más demagógico que real, la defensa del republicanismo y un encendido anticatalanismo. Al poco tiempo de la creación del partido, su fundador tuvo que marcharse de España para no tener que ingresar en prisión a causa de un delito de imprenta. Mientras estuvo fuera la formación política fue dirigida por Sol y Ortega, Hermenegildo Giner de los Ríos y Emiliano Iglesias. Lerroux regresó al ser elegido diputado, junto con Sol y con Giner.
A pesar de la ambigüedad del discurso político de Lerroux y de su formación, así como ante los hechos de la Semana Trágica de 1909, el Partido obtuvo la mayoría en el Ayuntamiento de Barcelona en las elecciones de 1910. Pero en ese momento, el Partido Republicano Radical entra en crisis por una conjunción de factores: la corrupción de algunos dirigentes, el auge del catalanismo de izquierdas y del anarcosindicalismo, que le enajenaron gran parte del apoyo popular en Cataluña, donde años atrás Lerroux había sido “el emperador del Paralelo”. De ahí que, Lerroux quisiera extender más el partido por toda España con especial interés en Madrid, Valencia y Aragón. En 1917, Lerroux y el Partido participaron en la Asamblea de Parlamentarios y desde entonces hasta la Dictadura de Primo de Rivera, los radicales pretendieron aglutinar la oposición republicana española pero con un éxito muy escaso o relativo. Al terminar la Dictadura de Primo de Rivera, el Partido resucitó pero más escorado hacia la posturas conservadoras. En el transcurso del tiempo el discurso demagógico, anticlerical y populista se desterró, encontrando su base social en cierta burguesía media industrial y comerciante.
En la Alianza estaba, también, integrado el Partido Republicano Federal, representante del republicanismo histórico, pero que tenía escaso peso político y terminó por abandonar la Alianza.
El ala izquierda de la Alianza estaba representada por el Grupo de Acción Republicana. No se trataba de un partido estructurado sino de una especie de punto de encuentro entre diversas tendencias republicanas y que buscaba algún tipo de acuerdo o colaboración con las organizaciones obreras. En el Grupo destacaba, sin lugar a dudas, la figura de Manuel Azaña, destacado intelectual y escritor ya en aquella época. Pero no era la única figura, ya que estaban también José Giral, Enrique Martí Jara, Luis Jiménez de Asúa y Ramón Pérez de Ayala. Otros importantes colaboradores fueron: Antonio Machado, Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón y Vicente Blasco Ibáñez. En este Grupo se integraba, además, una parte fundamental del republicanismo catalán del momento: el Partit Republicà Català de Francesc Layret, Marcelino Domingo y Lluís Companys.
Era evidente que, aunque los republicanos partían de un origen social bastante parecido, es decir de la clase media, pequeña o media burguesía, sus planteamientos ideológicos eran muy diferentes. Pensemos en el anticatalanismo de Lerroux frente al catalanismo de izquierdas del Partit Republicà Català, por ejemplo, o en las posturas conservadoras del primero frente a la defensa de la colaboración con fuerzas políticas y sociales obreras de muchos de los integrantes del Grupo de Acción Republicana. Además, había diferencias en cuanto a la estrategia política a seguir. Un sector pretendía traer la República a través de la acción política buscando la movilización social, frente a otro que fundaba sus esperanzas republicanas en el fomento de actividades conspirativas en conexión con elementos militares.
Toda esta disparidad terminó por estallar y en diciembre de 1929, en plena crisis de la Dictadura de Primo de Rivera, los integrantes más a la izquierda de la Alianza constituyeron una nueva formación política al margen, el Partido Radical Socialista. Sus principales integrantes fueron Marcelino Domingo, Ángel Galarza, Álvaro de Albornoz y Félix Gordón Ordax.
El año 1930 será clave para el republicanismo español. La creación del Partido Radical Socialista motivó a Acción Republicana a convertirse en partido político pero sin abandonar la Alianza. Por otro lado, el abandono de las filas monárquicas de algunos políticos propició la creación de la Derecha Liberal Republicana con Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura como principales figuras políticas. Su ideario defendía una república moderada en lo político, social y, especialmente, en cuestiones religiosas.
El republicanismo catalán terminó por formar su propio sistema político. En el período previo a la proclamación de la Segunda República había cuatro formaciones.
En primer lugar, estaría el ya citado Partit Republicà Català, fundado en 1917 por la fusión del Bloc Republicà Autonomista de Francesc Layret, Marcelino Domingo, G. Alomar, A. Samblancat, R. Noguer con la Joventut Republicana de Lleida de Alfred Perenya y de Humbert Torres. También, se integraron en la nueva formación la mayoría de las entidades de la UFNR, antiguos miembros del Partido Reformista (Lluís Companys, Bernaldo de Quirós) y el núcleo federal ampurdanés de August Pi i Sunyer. El secretario general del Partit sería el abogado Ramon Noguer i Comet. El programa de la formación política recogía el programa federal de Pi i Margall de 1894, el laicismo y un reformismo social de izquierdas. Hasta 1920, el Partit fue muy activo con conexiones con el obrerismo catalán pero manteniendo su ideario catalanista. En 1918, obtuvo representación parlamentaria formando parte de la Coalición de Izquierdas. Sus seis diputados: Domingo, Pi i Sunyer, Salvador Albert, Isidre Riu y Joan Esplugues se destacaron en la discusión del proyecto de autonomía de ese año. El radicalismo del grupo provocará la primera ruptura al final de 1919 cuando Layret y Companys propusieron incorporar al partido a la III Internacional. Esta iniciativa derivó en que destacados militantes se desmarcasen, como Pi i Sunyer y Noguer i Comet. Pero la crisis del partido estuvo más relacionada con la represión que en los años veintes se ejerce en Cataluña: Lluís Companys es deportado a Mahón y Francesc Layret es asesinado a manos de pistoleros. En 1930, Companys conduce el partido hacia el grupo de “L’Opinió”, mientras que Marcelino Domingo opta por integrarse en el Partido Republicano Radical Socialista.
Después, nos encontraríamos con Acció Catalana. Se trataba de un partido político fundado en Barcelona en junio de 1922 como resultado de la convocatoria de la Conferència Nacional Catalana por parte de la Joventut Nacionalista de la Lliga Regionalista. La formación tenía una ideología liberal y nacionalista crítica con el posibilismo de la Lliga. Quería aglutinar al catalanismo no separatista. Como principales dirigentes estarían Jaume Bofill i Mates, Lluís Nicolau d’Olwer, Antoni Rovira i Virgili, Ramon d’Abadal, Manuel Raventós, Carles Jordà y Leandre Cervera. Durante la Dictadura de Primo de Rivera continuó actuando a través de sus órganos de expresión: el diario “La Publicitat” y la revista “Acció Catalana”. En 1928, un sector del partido, encabezado por Rovira i Virgili, Cervera y Macià Mallol se separaron de la formación por la indefinición acerca del republicanismo. Así pues, fundaron Acció Republicana de Catalunya. Al terminar la Dictadura, tanto la Acció Catalana , como la Acció Republicana participaron en el Pacto de San Sebastián. Este hecho favoreció la aproximación de ambas formaciones, terminando por fusionarse en el Partit Catalanista Republicà que, en 1933, pasó a ser Acció Catalana Republicana.
Aún más a la izquierda y defendiendo posturas independentistas se encontraría Estat Català de Francesc Macià. Estat Català se crea el 18 de julio de 1922. Tenía su origen en la Federació Democràtica Nacionalista que el propio Macià había impulsado unos años antes. El objetivo principal de la nueva formación sería la proclamación de la República Catalana. Su órgano de expresión sería “Estat Català”, donde Macià, Domènech Soler, Lluís Marsans, Daniel Cardona, Manuel Pagès y otros comenzaron a divulgar las ideas independentistas republicanas. Macià estaba convencido de la necesidad de colaborar con otras fuerzas políticas republicanas, por lo que intenta la fusión con el Partit Republicà Català en febrero de 1923 pero los miembros más radicales de Estat lo impiden porque consideraban “españolistas” a Marcelino Domingo y a Lluís Companys, los principales dirigentes del Partit Republicà. Con la llegada de la Dictadura de Primo de Rivera, Macià tiene que exiliarse y se dedica a impulsar la solidaridad internacional con la causa republicana. Estat se integra en el Comitè Revolucionari de París en 1925. Al poco tiempo, Macià y su secretario, Carner i Ribalta, marchan a Moscú (otoño de 1925) para exponer a los miembros del Komintern y a Zinoviev los detalles de la insurrección que llevaría la revolución a Cataluña y a España. El fracaso del Comitè y de las gestiones en la URSS determinarán que Estat se embarque en la invasión fallida de Prats de Mollò en noviembre de 1926. Macià decide proseguir su periplo divulgador del catalanismo por el mundo. Con Ventura i Gassol participan en una asamblea separatista en La Habana en octubre de 1928 y en la fundación del Partit Separatista Revolucionari de Catalunya. En la época de la Dictadura el Estat se desarrollará con una filosofía política más flexible, que facilitará los contactos con los republicanos y anarcosindicalistas. Es un momento en el que Estat Català asimila ideas socialistas provenientes de la USC, como otras relacionadas con la propaganda por el hecho, de signo anarquista. En este sentido, el grupo disidente “Bandera Negra” organizará el complot del Garraf en junio de 1925. Lo que primaba era la destrucción de la Monarquía española, lo que explica estas relaciones, a pesar de ser, realmente, muy distintas entre sí y contradictorias. Se pretendía la revolución, de signo separatista, contra el estado central y que terminaría por estallar en la propia España. Como consecuencia de este evidente posibilismo, Jaume Aiguader participará en la firma del Pacto de San Sebastián, en agosto de 1930.
En el año 1930, estas formaciones políticas catalanas iniciaron contactos influidos por las expectativas de cambio político y por la colaboración con el republicanismo español estatal. En febrero de 1931, Acció Catalana y Acció Republicana de Catalunya se reunificaron en el Partit Catalanista Republicà. En marzo, Estat formaba con el Partit Catalanista Republicà, el Partit Republicà Català y el semanario nacionalista “L’Opinió”, la Esquerra Republicana de Catalunya. Sus principales dirigentes fueron Macià y Companys.

Eduardo Montagut

lunes, 1 de febrero de 2016

El Autonomista: diario del republicanismo federal

La rica tradición republicana federal de Girona tiene en el periódico “El Autonomista” un capítulo destacado de su historia, ya que, además cubre un largo período de tiempo de tanta trascendencia, pues va desde los inicios de la crisis de la Restauración hasta el final de la Guerra Civil.

El periódico “El Autonomista” nació en Girona en el año 1898 y se publicaría hasta 1939. Se trata de una publicación con un marcado carácter republicano federal. Su fundador y primer director fue DariusRahola, propietario, a su vez, de la imprenta donde se editaba el periódico. Su periodicidad varió con el tiempo: semanario, bisemanario, hasta que en 1920 se convirtió en diario. Escrito en castellano alternaba textos en catalán. En 1933, el diario se catalaniza completamente, pasando a ser “L’Autonomista”. La publicación se aproximará más al ideario de Esquerra Republicana.

Con la entrada de las tropas franquistas en la ciudad el periódico dejó de publicarse y la imprenta fue confiscada. Los herederos reclamaron sus derechos de propiedad al llegar la democracia. En 1985 recuperaron su cabecera.

En este periódico escribió Darius y, muy especialmente, Carles Rahola, que en sus páginas volcó su pasión por saber y difundir valores positivos y promocionar la cultura. También hay que destacar a los siguientes colaboradores: Camps i Arboix, Pere Loperena, Josep Enseñat, ArturVinardell y Miquel Santaló.


Existe un libro fundamental para estudiar esta publicación, Carles Rahola, Reculld’articles a L’Autonomista (1900-1938), a cura de Rosa Maria Oliveras i Castanyer, LídiaTraveria i Riba, en Memoria del Segle XX, editado en colaboración con la Diputació de Girona por CossetàniaEdicions, en 2007. Carles Rahola es un personaje fundamental en la historia contemporánea de Girona, ejecutado por el franquismo, precisamente por sus artículos en el periódico. Para profundizar en su figura, además de la obra citada, en el año 2012 se publicó una antología de sus escritos a cargo de Xavier Carmaniu-Mainadé. También es muy importante la consulta del libro de Lluís Costa, El Autonomista: el diari dels Rahola. Els orígens del periodisme a Girona (1898-1939), editado por el Col.legi de Periodistes de Catalunya en el año 2000.

Eduardo Montagut